Campaña Rockefeller contra la fiebre amarilla en Guayaquil (1918-1920)
Por: Juan Carlos Aguas Ortiz, Ph. D. (Ciencia, Historia y Sociedad)
Figura 1: Imagen creada con inteligencia artificial que representa la presencia de médicos norteamericanos en Guayaquil, traídos por la Fundación Rockefeller para "erradicar la fiebre amarilla". Aunque las campañas no lograron eliminar al vector Aedes aegypti, sí consiguieron reducir su población bajo el umbral de control, legitimando una intervención sanitaria sostenida en la lógica de la contención más que en la erradicación total.
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Introducción
La historia de la salud pública en América Latina ha estado profundamente marcada por las intervenciones internacionales. Una de las más significativas fue la campaña contra la fiebre amarilla en Ecuador entre 1918 y 1920, dirigida por el Dr. Michael E. Connor bajo el auspicio de la Fundación Rockefeller (FR).
Este ensayo busca analizar críticamente esta campaña, su metodología, sus implicaciones científicas y sus resonancias en el campo de la historia de la medicina. La pregunta central que guía este análisis es: ¿En qué medida la campaña liderada por Connor puede entenderse como un modelo de erradicación o como una estrategia de control estructural permanente? Sostengo que la campaña no constituyó una erradicación en el sentido literal del término, sino un sofisticado modelo de control vectorial urbano basado en la reducción larvaria, la participación comunitaria y la racionalización técnica, que refleja la evolución del paradigma sanitario internacional impulsado por la Fundación Rockefeller.
Contexto y antecedentes
La intervención sanitaria en Guayaquil por parte de la Fundación Rockefeller a partir de 1918 no puede entenderse de forma aislada, como un acto puramente científico o humanitario. Es necesario situarla en el marco más amplio de la expansión geopolítica y sanitaria de Estados Unidos en América Latina a comienzos del siglo XX. Durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX, Estados Unidos consolidó su poder territorial y económico mediante una serie de intervenciones militares, diplomáticas y científicas que marcaron su ascenso como potencia hemisférica. La guerra hispano-norteamericana de 1898 resultó clave en este proceso, al permitirle arrebatar a España territorios estratégicos como Cuba, Puerto Rico y Filipinas. A partir de entonces, el control de rutas marítimas, zonas portuarias y territorios tropicales se convirtió en una prioridad de Estado.
Un hito decisivo fue la separación de Panamá de Colombia en 1903, promovida activamente por intereses estadounidenses que buscaban asegurar la construcción de un canal interoceánico bajo control propio. La creación de la Zona del Canal de Panamá no solo implicó un desafío de ingeniería, sino también un esfuerzo masivo de saneamiento, dado que las enfermedades tropicales como la fiebre amarilla y la malaria amenazaban la viabilidad del proyecto. La lucha contra estas enfermedades —liderada en ese entonces por médicos como William C. Gorgas— se convirtió en un modelo de intervención sanitaria que unía ciencia, tecnología, poder militar y control territorial.
Desde la zona del canal, Estados Unidos proyectó su poder económico y militar sobre el hemisferio occidental, y con ello extendió también su modelo de salud pública. La Fundación Rockefeller, creada en 1913, operó como brazo técnico y civil de esa expansión, promoviendo campañas de erradicación de enfermedades infecciosas en América Latina, el Caribe, África y Asia. Sus misiones sanitarias tenían como objetivo declarado mejorar la salud global, pero también respondían a la necesidad de garantizar condiciones seguras para el comercio, el tránsito marítimo y la protección estratégica de zonas clave. La sanidad tropical se convirtió así en parte del aparato de control hemisférico.
En este contexto, Guayaquil representaba un punto crítico. Como principal puerto del Ecuador y como ciudad periódicamente golpeada por brotes de fiebre amarilla, era percibida como una amenaza para la salud regional y un obstáculo para la inserción del país en los circuitos globales de comercio. Su reputación como foco infeccioso afectaba negativamente la confianza de las compañías navieras internacionales y de los gobiernos vecinos. Por ello, su intervención sanitaria era tanto una cuestión de salud como una necesidad geopolítica. La llegada de la Fundación Rockefeller en 1918, con sus técnicos, laboratorios y recursos financieros, respondió a esta lógica: Guayaquil debía ser "saneado" no solo por el bien de sus habitantes, sino para ser reinsertado como puerto funcional en la economía global bajo estándares sanitarios aceptables para el mundo anglosajón.
Lo que resulta llamativo es que, con el paso del tiempo, la campaña de 1918 fue narrada en el Ecuador como una hazaña médica casi milagrosa. En las últimas décadas del siglo XX, médicos ecuatorianos que asumieron también roles como historiadores y divulgadores de la medicina nacional promovieron con vehemencia la idea de que en 1918, en el puerto de Guayaquil, la Fundación Rockefeller había extirpado de raíz la fiebre amarilla. Su tesis era clara: un científico extranjero, el doctor Hideyo Noguchi, había sido la punta de lanza de una intervención quirúrgicamente efectiva y técnicamente incuestionable. Sin embargo, poco se ha investigado sobre cómo se intervino realmente a los guayaquileños, cuáles fueron las estrategias sociales y políticas empleadas, y qué resistencias locales existieron frente a la lógica sanitaria impuesta.
Esta opacidad histórica ha permitido que la imagen de una erradicación quirúrgica, casi milagrosa, se mantenga como una verdad incuestionable. Si bien es cierto que en la década de los ochenta un director del área de salud pública ordenó retirar una placa conmemorativa, dejada en las peredes del y desaparecido Insituto Nacional de Higiene "Leopoldo Izquieta Perez" que rendía homenaje al doctor Noguchi y sus procedimientos, la idea de que en 1918 se produjo un milagro científico gracias a la Fundación Rockefeller formó parte del imaginario médico durante décadas. Generaciones enteras de médicos ecuatorianos crecieron escuchando en sus aulas relatos sobre aquella intervención exitosa como modelo de sanidad tropical moderna. Esta narrativa se consolidó como parte del pensamiento médico dominante, contribuyendo a una forma de norteamericanización del saber médico y de la historiografía científica en el Ecuador.
Dr. Michael E. Connor: Pionero en la Erradicación de la Fiebre Amarilla
Datos Clave: Dr. Michael E. Connor
Organización Clave: International Health Board (IHB) de la Fundación Rockefeller. Figura seminal en la salud pública global del siglo XX.
Misión Principal: Erradicación de enfermedades tropicales mediante control de vectores.
Logro Principal: Lideró la campaña contra la fiebre amarilla en Guayaquil (1918–1920).
Estrategia: Control larvario casa por casa, educación pública y monitoreo vectorial.
Resultado: Aunque no se logró la erradicación completa, la enfermedad fue mantenida bajo un umbral de control epidémico aceptable, permitiendo la reactivación comercial y el desarrollo urbano de Guayaquil.
Reconocimiento: Llamado “Embajador Americano”. Se planeó erigir una estatua, pero hoy solo se conserva una calle con su nombre.La calle Michael E. Connor está en Guayaquil, en el sector del barrio Centenario, parroquia García Moreno. Según Google Maps, esta calle se encuentra próxima a:
La intersección con la calle José de Antepara. Está ubicada en una zona residencial cercana al centro de Guayaquil.
Otras Campañas: Participó en Brasil y otros países con estrategias similares.
Vida Personal: Información escasa.
Fallecimiento: Década de 1940, Nueva Orleans.
El Dr. Michael E. Connor emerge como una figura pivotal en la historia de la salud pública global, no solo por sus logros directos sino también por la ejemplificación de un cambio de paradigma en la medicina preventiva del siglo XX. Su impacto se solidifica a través de su rol dentro de la International Health Board (IHB) de la Fundación Rockefeller, una organización con una ambición sin precedentes para erradicar enfermedades a escala mundial.
La IHB no solo buscaba tratar enfermedades, sino eliminarlas de raíz, un concepto revolucionario para la época. Para la fiebre amarilla, la hipótesis central, confirmada por Walter Reed y su equipo a principios de siglo, era que la enfermedad era transmitida por el mosquito Aedes aegypti. La estrategia de la Fundación Rockefeller, liderada por figuras como Connor, no se centró en la vacunación masiva (la vacuna eficaz no estaría disponible hasta más tarde), sino en la erradicación del vector.
El Dr. Connor, al llegar a Guayaquil en noviembre de 1918, se encontró con una ciudad que había sido un foco endémico de fiebre amarilla durante décadas, un obstáculo significativo para el comercio y el desarrollo de Ecuador. Su misión no era simple: debía implementar un programa integral de control de mosquitos en una ciudad densamente poblada y con infraestructura sanitaria limitada.
El éxito de la campaña en Guayaquil fue rotundo. Para mayo de 1919, apenas seis meses después de su llegada, los casos de fiebre amarilla habían disminuido drásticamente. En 1920, la enfermedad fue declarada virtualmente erradicada de Guayaquil, un hito que no solo salvó incontables vidas sino que también abrió a la ciudad y al país a un mayor desarrollo económico y comercio internacional, al eliminar la "cuarentena" y el estigma de ser un "nido de fiebre amarilla". Este éxito sirvió como un modelo para futuras campañas de la Fundación Rockefeller en otras partes del mundo.
En resumen, el Dr. Michael E. Connor fue un pionero cuya visión y dedicación, respaldadas por la Fundación Rockefeller, no solo erradicaron una enfermedad devastadora en Guayaquil, sino que también sentaron las bases para futuras estrategias de salud pública a nivel global.
La campaña contra la fiebre amarilla en Guayaquil fue liderada por el Dr. Michael E. Connor, no por el célebre Dr. Hideyo Noguchi, como muchos relatos tradicionales han sostenido. Connor fue el encargado de ejecutar una intervención sanitaria de gran escala en el marco de la denominada “Key Centre Theory”, que sostenía que eliminando el mosquito en puntos clave —como Guayaquil— se lograría contener la propagación de la enfermedad en toda la costa del Pacífico suramericano.
Walter Reed en Cuba, William Crawford Gorgas en Panamá y Hideyo Noguchi en Ecuador representan los primeros y fundamentales esfuerzos en la lucha contra la fiebre amarilla. Reed estableció la transmisión por vectores; Gorgas implementó medidas prácticas para controlar esos vectores; y Noguchi intentó desarrollar una vacuna mediante pruebas farmacológicas en humanos. Estas acciones, aunque avaladas por gobiernos, implicaron experimentación biomédica directa y frecuentemente sin consentimiento informado, reflejando un paradigma científico temprano basado en ensayo y error, éticamente cuestionable desde la perspectiva contemporánea.
La estrategia de Connor no consistió en una erradicación total del mosquito —como sugiere el término empleado en la época—, sino en una reducción sostenida y sistemática de su población, especialmente en su fase larvaria, para evitar que alcanzara un umbral epidémico. Esta intervención se desarrolló entre 1918 y 1920, y fue posteriormente mantenida mediante un servicio antilarvario nacional hasta 1936, con el respaldo financiero y técnico de la Fundación Rockefeller.
Connor llegó a Guayaquil en noviembre de 1918 y fue designado como Subdirector de Sanidad ad honorem por el gobernador de la provincia del Guayas. Su labor abarcó varias provincias costeras, entre ellas Guayas, Los Ríos, El Oro y Manabí. Inspirado en las técnicas desarrolladas por el General William C. Gorgas en La Habana y en la Zona del Canal de Panamá, Connor centró sus esfuerzos en atacar al mosquito en su fase acuática, lo que implicaba intervenir los criaderos mediante métodos físicos y biológicos.
Uno de los aportes más innovadores fue la introducción del uso de peces Gambusia affinis, que se alimentaban de las larvas del mosquito. Este método, además de efectivo, era económico y permitía reducir el personal requerido en la campaña. Se ajustaba perfectamente a los criterios de eficiencia técnica y bajo costo que promovía la Fundación Rockefeller.
Gambusia affinis es una especie de pez pequeño, comúnmente conocido como “pez mosquito”.
Se utiliza en programas de control biológico porque se alimenta de las larvas de mosquitos, incluyendo las del mosquito Aedes aegypti, que es el vector de enfermedades como la fiebre amarilla, el dengue y el zika.
Este pez es muy eficaz para reducir la población de mosquitos en su fase acuática y así ayudar a controlar la propagación de estas enfermedades, especialmente en campañas sanitarias en zonas afectadas.
La ciudad fue dividida en distritos sanitarios, y en cada uno se asignaron escuadras de saneamiento compuestas por pocos pero bien organizados operarios. Además, Connor adoptó una estrategia de movilización comunitaria. Para asegurar el éxito de la campaña, involucró a las autoridades locales, a los medios de comunicación, a gremios y escuelas, y especialmente a la ciudadanía. La educación sanitaria se convirtió en un pilar fundamental: se enseñó a la población cómo se propagaba el mosquito Stegomyia y se promovieron prácticas permanentes como el recubrimiento de tanques de agua y la construcción de zanjas y drenajes.
Esta combinación de métodos técnicos, biológicos, administrativos y educativos permitió reducir significativamente la población del mosquito y controlar los brotes epidémicos en la ciudad. Sin embargo, la idea de que la fiebre amarilla fue “erradicada” completamente quedó desmentida posteriormente, especialmente tras el brote de 1932 en Brasil, que reveló una nueva forma de la enfermedad —la fiebre amarilla selvática—, distinta en su dinámica epidemiológica.
Conclusión
La campaña sanitaria de 1918–1920 en Guayaquil, liderada por Michael E. Connor bajo el auspicio de la Fundación Rockefeller, no erradicó la fiebre amarilla, pero sí introdujo un modelo sanitario que transformó profundamente la manera en que el Ecuador —y particularmente sus élites costeñas— concebían la salud pública. Aunque las técnicas empleadas no eran nuevas, su aplicación organizada y tecnificada evidenció la incapacidad del propio aparato estatal, incluso desde la época de Eloy Alfaro, para contener el problema mediante sus propios recursos. Lo que se instaló no fue una cura definitiva, sino un sistema de control constante, preventivo, basado en la vigilancia epidemiológica, la tecnocracia y la movilización social, en sintonía con una lógica moderna y urbana de salud pública.
Pero detrás de esta modernización se consolidó un proceso más profundo: la norteamericanización del pensamiento médico y la subordinación técnica e ideológica de las élites nacionales. Las campañas de salud auspiciadas por la Fundación Rockefeller funcionaron como dispositivos estratégicos que, bajo el discurso filantrópico, promovieron intereses geopolíticos y económicos concretos. La salud se convirtió en una vía para asegurar rutas comerciales, establecer zonas de influencia y formar cuadros técnicos afines a una visión imperial. En este contexto, la medicina dejó de ser solo una práctica sanitaria: se transformó en una forma sofisticada de gobierno.
Además, este episodio permite repensar el lugar del conocimiento técnico en las sociedades dependientes: cuando el saber llega desde fuera, se impone con autoridad, pero también configura nuevas formas de exclusión interna, desplazando conocimientos locales y centralizando el poder decisional en actores extranjeros o tecnócratas aliados. La salud, así entendida, no solo organiza cuerpos, sino también jerarquías sociales e imaginarios de modernidad.
Este proceso revela una paradoja incómoda: el fortalecimiento del Estado ecuatoriano en materia sanitaria no fue un triunfo de la soberanía, sino una muestra de su reorganización desde afuera. Guayaquil no fue únicamente un laboratorio epidemiológico, sino un campo de ensayo de nuevas formas de dependencia. Y si la fiebre amarilla fue alguna vez controlada, su legado más persistente fue mostrar que la medicina podía curar cuerpos, pero también domesticar naciones.
En el presente, a la luz de nuevas teorías como la del sistema-mundo de Immanuel Wallerstein, es posible comprender que intervenciones como la campaña sanitaria en Guayaquil no solo respondieron a necesidades locales de salud, sino que fueron parte de una dinámica estructural más amplia. En esta lógica, el Ecuador ocupó una posición periférica dentro de un sistema global en el que el conocimiento técnico, los recursos sanitarios y las decisiones estratégicas fluían desde el centro —Estados Unidos— hacia la periferia, estableciendo relaciones de dependencia, subordinación y reproducción de jerarquías. Sin embargo, este análisis puede enriquecerse al considerar otros enfoques contemporáneos que ofrecen perspectivas complementarias y profundas sobre las formas de poder y conocimiento que operaron en este proceso.
Desde la biopolítica, tal como la formuló Michel Foucault, la campaña de salud no solo buscó erradicar la fiebre amarilla, sino también instaurar una forma de control sobre la vida misma. La vigilancia epidemiológica, la tecnificación del espacio urbano y la movilización ciudadana construyeron una racionalidad médica que reguló cuerpos y conductas en nombre de la prevención. Esta forma de poder —no represiva, sino organizadora de la vida— consolidó a la medicina como una herramienta de gobierno, desplazando la noción de salud como derecho colectivo hacia una lógica de administración técnica de la población.
Complementariamente, desde la teoría poscolonial, puede observarse cómo el saber médico promovido por la Fundación Rockefeller funcionó como un mecanismo de colonización epistémica. Aunque no hubo dominación territorial directa, sí existió una imposición simbólica y cultural: el conocimiento local fue relegado, y los expertos extranjeros adquirieron un lugar incuestionable como autoridades del saber científico. Esta subordinación del pensamiento nacional a un paradigma externo consolida una forma de dependencia intelectual que permanece oculta bajo el discurso filantrópico.
No obstante, la teoría de las modernidades múltiples permite matizar la idea de una imposición total. Este enfoque sugiere que la modernidad no es un modelo único exportado desde Occidente, sino un conjunto de trayectorias diversas, moldeadas por contextos históricos y culturales específicos. Así, la experiencia sanitaria de Guayaquil podría leerse como una forma de modernidad híbrida, en la que los saberes y prácticas locales interactuaron con la tecnología extranjera para crear un sistema particular, no del todo impuesto, pero tampoco plenamente autónomo.
Una mirada desde la teoría del actor-red, formulada por Bruno Latour, introduce otro ángulo de análisis: el poder desplegado durante la campaña no residió únicamente en actores humanos como médicos o funcionarios, sino también en dispositivos técnicos, vectores biológicos, instrumentos de medición y redes de información. Estos elementos conformaron una infraestructura sociotécnica que reorganizó el espacio urbano y reconfiguró las relaciones sociales, mostrando cómo los procesos sanitarios son inseparables de las tecnologías que los hacen posibles.
Finalmente, el enfoque de la gobernanza global de la salud permite situar esta intervención como un precedente de las actuales formas de articulación entre actores públicos, privados y transnacionales en la definición de políticas sanitarias. La Fundación Rockefeller, como actor no estatal con poder efectivo, operó más allá de los marcos democráticos locales, determinando agendas, estructuras institucionales y prioridades sanitarias. Este modelo se anticipa a lo que hoy se reconoce como un sistema global de salud donde las soberanías nacionales ceden ante una lógica de administración supranacional y técnica.
Así, al articular estas teorías contemporáneas con el estudio de la campaña sanitaria de Guayaquil, se revela un fenómeno complejo: más allá del control de una epidemia, lo que tuvo lugar fue una reconfiguración profunda del poder, del saber y de la forma misma en que se concibe la relación entre salud, Estado y sociedad. La medicina, como se evidencia, no solo cura cuerpos: también organiza el mundo.
Referencias
Aguas Ortiz, J. C. (2016). Medicalización y política internacional en el Ecuador del siglo XX: el Instituto Nacional de Higiene y Medicina Tropical "Leopoldo Izquieta Pérez" (Tesis de doctorado, Universitat Autònoma de Barcelona). Universitat Autònoma de Barcelona.