Eloy Alfaro y la Salud Pública como Instrumento Geopolítico: La Génesis del Modelo Sanitario Moderno en Ecuador

Por: Juan Carlos Aguas Ortiz, Ph. D.
(Ciencia, Historia y Sociedad)

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Figura 1: Representación del puerto de Guayaquil entre 1906 y 1911, generado con ayuda de inteligencia artificial. Esta imagen es referencial y no corresponde a una fotografía histórica real. Refleja visualmente cómo era percibido el puerto en ese periodo, cuando era conocido como “the pest-hole of the Pacific Ocean” por su condición sanitaria crítica y su importancia geoestratégica en las rutas del Pacífico.

1. Introducción

La institucionalización de la salud pública en Ecuador entre 1906 y 1911 representa un momento clave en la historia sanitaria del país, marcado por la influencia decisiva de Estados Unidos en la periferia del sistema-mundo. Este proceso no solo transformó las prácticas y estructuras sanitarias locales, sino que también reflejó las dinámicas geopolíticas de dominación y control que caracterizan la expansión norteamericana en América Latina durante el siglo XX.

La relevancia de este estudio radica en comprender cómo la salud pública se constituyó como un instrumento estratégico de poder en la periferia global, donde la transferencia técnica y política desde el centro hegemónico norteamericano moldeó las respuestas estatales ecuatorianas frente a crisis epidemiológicas y desafíos sanitarios. Además, existe una brecha importante en la historiografía nacional que tiende a analizar la salud pública desde perspectivas localistas, sin integrar las complejas relaciones internacionales y estructurales que condicionaron su desarrollo.

El problema central que este ensayo aborda es el siguiente: ¿De qué manera la expansión del control sanitario estadounidense en la periferia global, a través de su influencia en Ecuador, configuró la institucionalización de la salud pública entre 1906 y 1911? Esta pregunta es fundamental para entender la articulación entre salud, política y geopolítica en un contexto de dominación y resistencia local.

El objetivo de este trabajo es analizar el proceso de modernización sanitaria ecuatoriana en el contexto del sistema-mundo, con especial énfasis en la transferencia técnica y política desde Estados Unidos y las tensiones generadas en el plano local. Se busca evidenciar cómo este fenómeno constituyó un mecanismo de control sanitario y político en la periferia global.

La tesis que guía este análisis sostiene que la expansión del control sanitario norteamericano en Ecuador entre 1906 y 1911 articuló un modelo de salud pública institucionalizado que consolidó la inserción del país en la periferia del sistema-mundo, al imponer un control epidemiológico tecnocrático alineado con intereses geoestratégicos estadounidenses y reconfigurar la soberanía local bajo condiciones de dependencia sanitaria y política.

2. La Configuración del Modelo Sanitario Estadounidense y su Proyección Global

La expansión del control sanitario estadounidense en la periferia global comenzó con una serie de transformaciones estructurales impulsadas tras la guerra hispano-estadounidense de 1898. Durante este conflicto, la mayoría de las bajas en el ejército de los Estados Unidos no se debieron al combate, sino a enfermedades tropicales como la fiebre amarilla. Esto provocó una respuesta institucional sin precedentes: el ejército estadounidense creó en 1900 la United States Army Yellow Fever Commission, bajo la dirección del comandante, Mayor Walter Reed, e integrada por James Carroll, Jesse Lazear y Aristides Agramonte. Esta comisión, trabajando en Cuba, confirmó la teoría del médico cubano Carlos Finlay sobre la transmisión de la fiebre amarilla por el mosquito Aedes aegypti.

El respaldo oficial a estas investigaciones vino del gobernador militar de Cuba, el general Leonard Wood, quien delegó al jefe de sanidad del ejército, el Coronel William Crawford Gorgas, la implementación de medidas prácticas: aislamiento de enfermos, fumigación masiva, eliminación de criaderos de mosquitos. Para 1902, La Habana estaba libre de fiebre amarilla. Este modelo se convirtió rápidamente en un paradigma sanitario exportable, aplicándose en otras ciudades clave como Río de Janeiro, Nueva Orleans y, especialmente, en el enclave estratégico del Canal de Panamá, cuya construcción fue posible gracias a las campañas de erradicación que lideró el propio Gorgas desde 1904.

En este momento del análisis histórico, el Mayor Walter Reed y el Coronel William Crawford Gorgas emergen como figuras fundamentales en el inicio de la expansión del control sanitario estadounidense hacia la periferia global. Su importancia trasciende los logros médicos o técnicos específicos, ya que ambos encarnan el proceso mediante el cual la salud pública fue transformada en un instrumento estratégico al servicio del imperialismo norteamericano. Reed, desde la producción científica, y Gorgas, desde la aplicación práctica, marcaron el inicio de una política sanitaria orientada a garantizar la seguridad epidemiológica de enclaves coloniales y zonas de interés geopolítico para Estados Unidos.

Este conjunto de intervenciones no solo evidenció la eficacia de un enfoque sanitario tecnocrático, centralizado y militarizado, sino que consolidó al ejército estadounidense como un actor clave en la proyección de poder y en la configuración de un orden sanitario regional funcional a los intereses de Estados Unidos. Tras la guerra hispano-estadounidense de 1898, el cuerpo médico militar se convirtió en una herramienta estratégica de intervención en territorios ocupados o bajo influencia estadounidense, posicionando la salud pública como un componente de las relaciones exteriores y de la expansión imperial. El Public Health and Marine Hospital Service (PHMHS), dependiente del Departamento del Tesoro, articuló sus acciones con este aparato militar, mientras que entidades filantrópicas como la International Health Commission —creada en 1913 por la Fundación Rockefeller y rebautizada como International Health Board en 1916— profundizaron esta lógica intervencionista, extendiendo la red de influencia médica en América Latina bajo el ropaje de la filantropía científica.

A estas se sumó la Oficina Sanitaria Panamericana, establecida en 1902 como la secretaría permanente de las conferencias sanitarias internacionales americanas, que operó como plataforma intergubernamental para legitimar y coordinar las agendas sanitarias regionales impulsadas desde Washington. En 1916, la creación de la International Yellow Fever Commission bajo la dirección del coronel William C. Gorgas —quien había surgido del propio aparato militar— cristalizó esta convergencia entre ejército, agencias estatales, fundaciones privadas y organismos internacionales, dando forma a un régimen hemisférico de diplomacia sanitaria en el que la medicina tropical servía tanto al control de enfermedades como al aseguramiento geopolítico del hemisferio occidental.

En este contexto, la salud pública internacional no puede entenderse únicamente como una respuesta científica al problema de las enfermedades transmisibles, sino como una dimensión integral de la política exterior estadounidense. A partir de finales del siglo XIX, y especialmente tras la guerra hispano-estadounidense, el control de epidemias en el Caribe y América Latina se volvió inseparable de los intereses estratégicos de Estados Unidos en la región. La proyección del modelo sanitario norteamericano —basado en la erradicación de enfermedades mediante intervenciones tecnocráticas, militares y filantrópicas— sirvió para justificar la ocupación de territorios, asegurar zonas de tránsito comercial como el Canal de Panamá, y consolidar alianzas políticas bajo el lenguaje de la cooperación médica. Así, la salud pública internacional se transformó en un dispositivo diplomático que articuló saber científico, poder militar y relaciones internacionales, convirtiéndose en uno de los instrumentos más eficaces del emergente imperialismo estadounidense. Este enfoque anticipó lo que más tarde se conocería como soft power: la construcción de hegemonía no solo a través de la fuerza, sino mediante la producción y exportación de normas institucionales, científicas y administrativas en nombre del bien común.

3. Aplicación del Modelo en la Periferia: El Caso Ecuatoriano entre 1906 y 1911

Desde finales del siglo XIX hasta el final de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos desarrolló un modelo de salud pública internacional que combinó intervención militar, autoridad tecnocrática y diplomacia sanitaria. Este modelo, diseñado para contener enfermedades infecciosas en zonas estratégicas del hemisferio, también funcionó como una herramienta de proyección geopolítica. En este contexto, el caso ecuatoriano resulta particularmente ilustrativo, ya que muestra cómo dicho modelo comenzó a moldear tempranamente las políticas sanitarias nacionales en América Latina, adaptándose a las necesidades locales, pero respondiendo a directrices transnacionales promovidas desde Washington.

A partir de las primeras décadas del siglo XX, Ecuador atravesó un proceso de reformas institucionales y normativas que evidencian la adopción de principios técnicos, centralizados y epidemiológicos, claramente alineados con las prácticas sanitarias impulsadas por Estados Unidos. Sin embargo, esta influencia no fue repentina ni tardía. Por el contrario, ya durante el segundo mandato del General Eloy Alfaro (1906–1911), el Estado ecuatoriano inició una reestructuración profunda del sistema de salud pública. Enmarcado en un proyecto de modernización del Estado, el alfarismo promovió una visión de salud como asunto estratégico, apostando por estándares científicos y administrativos modernos que armonizaban con los lineamientos internacionales emergentes en materia de higiene y control epidemiológico.

Dentro de este escenario, la estrategia sanitaria global impulsada por Estados Unidos encontró en Ecuador —y especialmente en la ciudad portuaria de Guayaquil— un campo de acción privilegiado. Considerada uno de los principales nodos comerciales del Pacífico sur, Guayaquil era también percibida por las autoridades sanitarias internacionales como el último foco endémico de fiebre amarilla en Sudamérica. Esta doble condición la convertía en una amenaza directa para la salud pública internacional, particularmente en un momento crucial: la apertura del Canal de Panamá, prevista para 1914. La erradicación de enfermedades transmisibles en puntos clave como Guayaquil no solo respondía a preocupaciones médicas, sino que articulaba intereses comerciales, diplomáticos y militares. Así, la salud pública pasó a ser un componente esencial en la consolidación de un orden hemisférico bajo liderazgo estadounidense.

Frente a esta situación crítica, el gobierno ecuatoriano —con asesoría técnica directa del Public Health and Marine Hospital Service (PHMHS)— estableció la Comisión Sanitaria Especial (CSE) en Guayaquil. Esta entidad temporal, pero con amplias facultades ejecutivas, sustituyó a las Juntas de Higiene locales y operó con criterios higienistas modernos. En el marco de este acuerdo, médicos estadounidenses como Bolívar J. Lloyd y J.C. Perry fueron enviados por el PHMHS para aplicar medidas sanitarias rigurosas: fumigaciones sistemáticas, control de vectores, cuarentenas obligatorias y vigilancia epidemiológica en el puerto. Estas acciones marcaron un punto de inflexión en la historia sanitaria del país, señalando la temprana penetración del modelo tecnocrático y militarizado que Estados Unidos proyectaba sobre la región bajo la bandera de la salud internacional.

Aunque presentadas oficialmente como intervenciones técnicas, estas medidas implicaron en la práctica una cesión parcial de soberanía sanitaria. La transferencia de autoridad a expertos extranjeros constituyó también un acto geopolítico: la salud pública se transformaba en un mecanismo estratégico del poder estadounidense en América Latina. Prueba de ello es que, tras la disolución de la CSE, el Dr. Bolívar J. Lloyd fue nombrado director de sanidad pública del Ecuador, convirtiéndose no solo en el primer titular del cargo, sino también en el primer extranjero en encabezar el sistema sanitario nacional. Esta decisión, aunque extraordinaria, fue aceptada por las autoridades ecuatorianas ante la amenaza real de aislamiento internacional y la pérdida de rutas comerciales. La presión externa era intensa: Guayaquil era conocido internacionalmente como el “Pest hole” del Pacífico, una reputación que urgía revertir para reinsertarse en las redes globales de comercio y movilidad.

Llegada del Dr. Lloyd a Guayaquil
Figura 2: Esta imagen, generada con inteligencia artificial, intenta representar la llegada del Dr. Bolívar J. Lloyd a Guayaquil y las condiciones sanitarias de la ciudad en los primeros años del siglo XX. Aunque los médicos aparecen con una pulcritud estilizada, se trata de una interpretación imaginaria y referencial, que busca evocar visualmente una realidad histórica compleja desde una mirada contemporánea.

Como se ha mencionado, la influencia estadounidense fue decisiva en la institucionalización de la salud pública en Ecuador. Bajo la guía de asesores norteamericanos, se creó el primer Servicio Nacional de Sanidad Pública y se redactó el primer Código Sanitario del país, promulgado en esos mismos años. Ambos hitos reflejaron una adopción casi directa del modelo tecnocrático, centralista y preventivo impulsado por el PHMHS. El nuevo marco normativo incluyó regulaciones sobre aislamiento de enfermos, vacunación obligatoria, cuarentenas y control sanitario en puertos, en conformidad con las convenciones internacionales de salud pública promovidas por Estados Unidos en foros como las Conferencias Sanitarias Panamericanas. En conjunto, estas transformaciones consolidaron en Ecuador una arquitectura institucional sanitaria que respondía a lógicas internacionales, aunque adaptada a los desafíos locales.

Con estos cambios y al finalizar la Primera Guerra Mundial, el panorama sanitario en Ecuador mostraba con claridad cómo la salud pública nacional comenzaba a responder cada vez más a intereses y necesidades externas, especialmente las de Estados Unidos. La llegada de la Fundación Rockefeller a la región fue una manifestación contundente de este proceso. Aunque para 1918 la fundación aún no había intervenido formalmente en Guayaquil, ya contaba con información estratégica clave sobre la ciudad. Esto se debía, en gran parte, a la experiencia del coronel William C. Gorgas —figura central en la erradicación de la fiebre amarilla en la Zona del Canal de Panamá—, quien tras su retiro se integró a la División Internacional de Salud de la Fundación Rockefeller. Durante su servicio en el trópico, Gorgas había visitado Guayaquil y evaluado de cerca sus condiciones sanitarias.

Ese mismo año, con financiamiento privado, se iniciaron en Ecuador investigaciones sobre la fiebre amarilla, dando paso a una nueva etapa en la que se comenzaron a realizar experimentos con seres humanos en la búsqueda de un fármaco eficaz contra la enfermedad. Aunque buena parte de la historiografía ha narrado estos episodios en clave heroica, exaltando la figura de médicos y filántropos, lo cierto es que detrás de la búsqueda de una cura también se oculta una historia compleja, marcada por asimetrías de poder. En este contexto, América Latina no se configuró únicamente como el “patio trasero” de Estados Unidos, sino como un espacio de ensayo donde las legislaciones locales ya no estaban diseñadas para proteger prioritariamente a sus ciudadanos, sino para facilitar la acción de nuevos donantes internacionales cuyas prioridades no siempre coincidían con las de las poblaciones locales.

Tensiones Locales, Soberanía y Consolidación Institucional

En el contexto del segundo gobierno del General Eloy Alfaro (1906–1911), la implementación de reformas sanitarias, aunque ambiciosa y técnicamente avanzada, no estuvo exenta de tensiones políticas y sociales. Si bien se lograron avances sustantivos en la modernización del sistema de salud pública, como la creación de nuevas instituciones y la adopción de criterios higienistas modernos, la participación directa de expertos extranjeros con autoridad operativa generó resistencias. Las autoridades municipales —especialmente en Guayaquil, ciudad con una arraigada tradición de autonomía local— reaccionaron con recelo ante lo que percibían como una imposición centralista y una intromisión en asuntos internos.

Aun así, la severidad de las epidemias, la presión constante de los comerciantes internacionales por mantener operativa la actividad portuaria y el riesgo de aislamiento comercial forzaron a los actores locales a aceptar estas medidas. Así, el proyecto sanitario impulsado desde el Estado central y reforzado por asesoría técnica norteamericana se consolidó, no sin controversias, como parte de un proceso más amplio de subordinación de las políticas de salud pública a los intereses geopolíticos e internacionales emergentes.

Paradójicamente, aunque la intervención extranjera en el segundo gobierno de Alfaro generó resistencias iniciales, sus efectos estructurales se hicieron más visibles en las décadas siguientes. Durante el periodo de entreguerras, la adopción del modelo sanitario norteamericano —introducido en Ecuador con el respaldo de técnicos internacionales y reforzado más tarde por las campañas de la Fundación Rockefeller para erradicar la fiebre amarilla— permitió avances significativos en el saneamiento del puerto de Guayaquil. Estos esfuerzos culminaron en 1930, cuando la ciudad fue declarada puerto limpio clase A1, un hito de enorme importancia en el contexto regional. En momentos en que la zona del Canal de Panamá operaba ya a plena capacidad, Guayaquil, antes considerado un punto crítico para la salud internacional, se convertía en una garantía sanitaria confiable. Esta transformación no pasó desapercibida: la presencia de la United Fruit Company en Tenguel a partir de esa época es testimonio del nuevo estatus del país en la geopolítica sanitaria del continente, donde el saneamiento portuario era un criterio clave para la inversión extranjera y la integración económica.

Fue recién durante la Segunda Guerra Mundial cuando estos antecedentes adquirieron una dimensión más institucionalizada. En ese contexto, Ecuador dio un nuevo salto cualitativo en el campo de la salud pública con la creación de un centro de investigaciones científicas y la implementación de programas de formación profesional avanzada para médicos ecuatorianos. Bajo el auspicio de la Fundación Rockefeller, se inició el envío de becarios nacionales a Estados Unidos, lo que permitió modernizar el pensamiento médico y consolidar una nueva generación de profesionales alineados con los marcos técnico-científicos internacionales. Al regresar, estos médicos no solo participaron en la lucha contra las enfermedades infecciosas, sino que además asumieron funciones directivas dentro del aparato sanitario estatal, convirtiéndose en actores estratégicos en la proyección de la salud pública como parte de un modelo de gobernanza alineado con los intereses geopolíticos y económicos del hemisferio occidental.

4. Conclusión

Entre 1906 y 1911, la consolidación del sistema de salud pública ecuatoriano debe entenderse como un proceso inscripto en la lógica del sistema-mundo capitalista, donde Ecuador, ubicado en la periferia, fue integrado a la estructura hegemónica impuesta desde el centro, representado por Estados Unidos. Lejos de ser una simple respuesta técnica a crisis sanitarias locales, el desarrollo sanitario respondió a una estrategia geopolítica y económica global orientada a reproducir las relaciones de poder y dependencia dentro del sistema-mundo.

Desde finales del siglo XIX, la salud pública internacional se configuró como un mecanismo instrumental del poder estadounidense para expandir su influencia en América Latina, combinando diplomacia sanitaria, tecnocracia médica y control indirecto. En Ecuador, esta subordinación se manifestó con particular intensidad durante el segundo gobierno de Eloy Alfaro, quien actuó como un agente local que facilitó la inserción del país en el orden mundial capitalista bajo condiciones de semiperiferia.

Alfaro, con una visión liberal y latinoamericanista, reconoció las presiones estructurales impuestas desde el centro y aceptó la transferencia de autoridad técnica a expertos norteamericanos. La creación de la Comisión Sanitaria Especial, la participación operativa de médicos estadounidenses como Bolívar J. Lloyd, y la elaboración del primer Código Sanitario nacional, no solo representaron un avance institucional, sino que fueron actos de incorporación subordinada dentro de un proyecto global de modernización estatista orientado por el centro hegemónico.

Esta subordinación no fue un fenómeno pasivo, sino una elección política consciente que buscaba compatibilizar la soberanía nacional con las exigencias del sistema mundial capitalista. Alfaro posibilitó la gestión sanitaria extranjera como estrategia para asegurar la integración económica de Ecuador a la economía-mundo, privilegiando el mantenimiento de rutas comerciales y el acceso a los mercados internacionales, sin confrontar directamente la dominación estructural ejercida por Washington.

El legado de Alfaro en salud pública es, desde la óptica del sistema-mundo, una expresión típica de la dinámica centro-periferia: la construcción de un aparato estatal moderno con bases técnicas y profesionales, al mismo tiempo que la reproducción de una dependencia estructural hacia los centros de poder global. La salud pública ecuatoriana quedó subordinada a la definición de prioridades, contenidos y estrategias dictadas por actores transnacionales como el PHMHS, la Fundación Rockefeller y la OPS, consolidando así la inserción periférica en un esquema imperial indirecto.

Este modelo de “soberanía gestionada” y dependencia tecnocrática inaugurado en la época de Alfaro perduró a lo largo del siglo XX, orientando el sistema sanitario ecuatoriano hacia un patrón globalizado centrado en la prevención y vigilancia epidemiológica bajo la supervisión y financiamiento de agencias externas. La contribución histórica radica en haber creado un andamiaje institucional moderno, pero también en haber suscrito, bajo la apariencia de cooperación técnica, la subordinación del Estado ecuatoriano en el sistema-mundo capitalista, perpetuando su rol periférico en la división internacional del trabajo sanitaria.

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